*El País publicó este reportaje el pasado 12 de noviembre, por lo que algunos de los datos presentados han podido sufrir modificación.
Los electricistas y los fontaneros se han convertido en los nuevos héroes de esta tragedia. No hay una casa de la zona cero de la dana en la que no se necesite su ayuda. El agua no llega apenas a correr en muchos pisos altos porque las bombas se reventaron en los garajes y no tiene suficiente presión. Así que mujeres como Rosa, que vive en un tercero de la avenida Blasco Ibáñez, número 32, que tiene un marido con una enfermedad pulmonar, tiene que llenar cada día cubos para tirar de la cisterna. “Y me baño como puedo, con un hilillo de agua helada”, apunta.
En la parroquia de San Ramón en Paiporta hay una mujer de 24 años que hace dos semanas era enfermera y ahora te consigue un camión del Ejército. Se llama Sol Costa y realmente recibe órdenes de su madre, Marisol, que antes de que “la ola” destruyera su mundo más inmediato, era ama de casa. Entre las dos —y una decena más— ponen un poco de orden en el templo, atascado hasta el altar de pañales, leche de fórmula, lejía y latas de conserva. A las puertas de la iglesia acude este lunes un goteo de vecinos cargados con bolsas y mochilas que necesita demasiadas cosas, pero que de momento aguanta con un café caliente, una botella de detergente para la lavadora, guantes de trabajo, papel higiénico y un cubo de fregona con escurridor. También se acercan bomberos, militares, electricistas y fontaneros. Costa señala las calles de atrás donde todavía el fango llega hasta las espinillas y cuenta: “Ya no hay tantos voluntarios. La gente se empieza a sentir sola”.
—Sol, necesitamos furgonetas. Tenemos mucho material y no vehículos para llevarlo.
—Espera, mamá, le pido uno a los militares.
Este lunes, las calles de Paiporta y Catarroja, dos de los municipios más afectados por la dana, se han vaciado. Las imágenes del día anterior, domingo, y de los primeros días, con cientos de jóvenes arrastrando el fango y tocando puertas con carros de la compra llenos de enseres, se han disipado porque a solo 8 kilómetros de aquí, la vida sigue: algunos colegios han abierto y muchos han vuelto con sus coches llenos de barro a trabajar. La vida que sigue para los que arrastran el lodo exige otras prioridades. Como lavar la ropa después de pasar todo el día ensuciándose en sus portales, sacudirse con vinagre el olor a podrido, a gasolina, a muerte. Quitar como sea la mancha marrón que les recuerda lo que falta todavía para recomponerse de la tragedia. “El detergente es como el papel higiénico en la pandemia”, apunta Rosa, una vecina de 67 años de Paiporta que ha acudido a por un puñado de Ariel en polvo que le han vaciado en una bolsa de plástico.
Hasta ahora, las cocinas —o lo que queda de ellas— se habían llenado de garrafas de agua y latas de comida. Pero dos semanas después, la gente necesita algo más que atún. La única comida caliente que hasta ahora han comido miles de vecinos ha sido la que han repartido los voluntarios y la cocina solidaria del chef José Andrés (World Central Kitchen) que siguen presentes en estos municipios. Muchas viviendas todavía no tienen gas y no pueden cocinar. “La gente ya necesita comer carne”, cuenta bajando la voz, como si se avergonzara, otra de las voluntarias de la parroquia, de 27 años, que prefiere no dar su nombre. En ningún centro de la zona pueden suministrarla, ni siquiera para los que pudieran cocinar, porque no cuentan con frigoríficos para almacenarla.
En estos nuevos puntos de recogida, que son los únicos supermercados disponibles en las zonas afectadas, hacen cada día una lista de necesidades. No todas coinciden con las que menciona el Centro de Coordinación de Emergencias y algunas parecen tan nimias como un acondicionador del pelo — “Ni siquiera me puedo pasar el cepillo, lo tengo hecho un estropajo”, apunta Cristina, vecina de Catarroja; cuchillas de afeitar, ropa interior, calcetines o refrescos. “Sobran mascarillas y lejía”, repiten desde los centros de Catarroja y Paiporta. Aunque todos reconocen que no saben qué necesitarán mañana: “Esto cambia cada día”.
Desde la Generalitat, el balance de las necesidades de las zonas afectadas este lunes se focaliza especialmente en “recuperar el alcantarillado” y han calculado que se necesitan 100 camiones más para conseguir desatascar las calles. También, los esfuerzos esta semana irán centrados en combatir “plagas e insectos” debido al agua todavía estancada. Fuentes de la Diputación de Valencia señalan que además, según la información de la que disponen, se requieren más “chuponas [bombas extractoras de agua y lodo], hornillos y bombas de agua” y señalan que “comida, agua y productos de primera necesidad están cubiertos prácticamente”.
Dos semanas después, algunos garajes siguen anegados de lodo, gasolina y aguas fecales. Y en las aceras de Catarroja, entre la maquinaria pesada del Ejército que se mueve para limpiar las calles todavía enlodadas, no hay una herramienta más codiciada que las mini retroexcavadoras. Cristina, que antes de la riada asegura que no tenía ni idea de este tipo de artilugios, lo explica: “Son más pequeñas y pesan menos, pueden acceder a las rampas de garajes como el nuestro, que siguen inundados dos pisos. Pero pueden mover más el fango seco, las otras se resbalan”. Un grupo de jóvenes que han parado de limpiar, llenos de lodo hasta las cejas, que comen un bocadillo en una esquina en la otra punta del pueblo, coinciden: “Lo que hace falta ahora son las mini retroexcavadoras, como las de cantera”. “Ahora vamos a ser todos ingenieros”, bromea Juanma.
Fuente: Elena Reina, de El País
Nace Electricistas sin Fronteras
Liderado por el asociado de APIEM, Miguel Inocente Rodas, ha nacido la iniciativa altruista Electricistas sin Fronteras para coordinar la ayuda que los asociados a APIEM puedan ofrecer en los pueblos afectados por esta devastadora DANA.
Aquellos interesados en participar de forma voluntaria en los trabajos de recuperación del terreno, pueden apuntarse en este formulario, para que APIEM pueda incluirlos en el grupo de trabajo capitaneado por el asociado Miguel Inocencio Rodas, con experiencia en este tipo de iniciativas desde el año 2007, tras el terremoto causado en Ica-Perú (pág. 24 – 25).